“Enfermedades de José Martí”, de Ricardo Hodelín Tablada

Presentación por Pedro Pablo Rodríguez

Nos hallamos ante la segunda edición de este libro del doctor Ricardo Hodelín Tablada, la cual tiene algunos ligeros cambios con respecto a la primera en cuanto a que incorpora algunos nuevos datos que él ha podido encontrar e inclusive algunas fotos de varios de los médicos relacionados con el asunto en el momento de la vida de Martí. El tema de las enfermedades de Martí es algo que siempre ha llamado la atención de sus biógrafos y de cualquier estudioso de Martí, mas tendríamos que decir que fue atendido en primerísimo lugar por Martí y su propia familia.

El Maestro fue un hombre más enfermo de lo que a veces aparenta en sus fotos. Su correspondencia nos indica muy a menudo los problemas de salud que confronta, sobre todo con el que fue su confesor –por decirlo de alguna manera-, Manuel Mercado, su amigo mexicano. A cada rato Martí le está hablando de sus malestares desde el punto de vista físico, aunque también le cuenta de los espirituales, y a veces ambos se ligan.

Eso me hace recordar una frase que escribió Enrique Collazo, el general santiaguero, que como buen santiaguero leal con sus compañeros de lucha se puso muy molesto con Martí cuando este hizo una crítica de A pie y descalzo, un libro de Ramón Roa, uno de sus compañeros de la Guerra de los Diez Años. Martí en uno de sus discursos, en la Florida, sin decir el título ni el autor, aludió a qué si nos estábamos preparando para una guerra no era quizás el momento de estar nada más que enfatizando en los problemas materiales de la vida mambisa con aquello de “a pie y descalzo”.

Collazo, que era hombre de armas tomar se molestó y le respondió acremente a Martí, quien, a su vez, le respondió también con dureza. Fíjense qué cosa más interesante: Collazo terminó trabajando junto con él en los preparativos de la guerra –¡qué grandeza de por ambas partes!- y escribió una memoria deliciosa sobre cómo él veía a Martí, en la que decía que era una persona siempre buscando, como ansioso, el amor de los demás, una relación fraternal, amorosa.

Y así, diría yo, parece que finalmente conquistó también esa amistad con Collazo, firmante en nombre de Máximo Gómez de la orden de alzamiento en Cuba en 1895. Digo esto porque los amigos de Martí, sus personas cercanas siempre quedaban impresionados ante su capacidad para sobreponerse a esos males de salud. Gómez, en su diario de 1895, se queda sorprendido en un momento dado y se pregunta cómo es posible que este hombre que está tan desbaratado desde el punto de vista físico, no se queja de nada y sube y baja lomas con el amigo, sin hacer evidente el malestar. Y es verdad que tenía los pies desbaratados, como los tenían sus acompañantes también al principio, y en su propio diario alguna que otra vez él habla de que se ha hecho alguna cura en los pies, cruzando ríos, metiendo los pies en el agua, en fin, todas esas cosas. Realmente Martí fue un hombre que vivió buena parte de su vida enfermo. Y buena parte de su vida enfermo viene de sus tiempos en la cárcel, más que en la cárcel, picando piedras en las canteras de San Lázaro. Yo diría que aquello fue una especie de asesinato a largo plazo, porque su salud quedó afectada para siempre.

Durante mucho tiempo hubo varios médicos cubanos que en distintos momentos trataron de entender sus enfermedades. La diferencia de mi amigo Hodelín Tablada con ellos es que realmente ha tenido la minuciosidad no sólo de un médico que tiene un paciente delante (en este caso, detrás en la historia), y que nos está dando un ejemplo interesantísimo de cómo se puede tratar un paciente que ya no existe, un paciente que además vivió un siglo atrás prácticamente, o más de un siglo ya, y que, sin embargo, amerita la consulta y el análisis de un médico.

Él demuestra, yo creo que fehacientemente, que se puede hacer una consulta y un diagnóstico a distancia en el tiempo.

Un buen ejemplo es esta enfermedad cuyo nombre se discute un poco, la sarcoidosis que es, digamos, un problema con los tejidos en general (puede ser con los tejidos óseos) y que en el caso de Martí se produjo por la cadena que le colgaba del cuello, le bajaba por el costado derecho, y le afectó el hueso de la cadera, un poco el hombro y la pierna, sobre todo alrededor del tobillo que era donde aguantaba aquella bola con la que tenía que moverse, e inclusive los testículos. Martí tuvo que operarse en México y perdió uno de sus testículos, porque en fin, todos aquellos tejidos estaban ya echados a perder. Si Hodelín me oye hablando de esta manera de los problemas médicos se horrorizaría, pero bueno, nosotros no somos médicos nos entendemos.

Lo interesante es que nuestro autor no se limita a un formidable estudio clínico, a un valioso estudio profesional de su mal mayor. Martí tuvo al parecer también problemas de la vista y sin embargo nunca usó espejuelos. Hay un gran oftalmólogo cubano de finales del XIX que lo atendió y le recomendó usar espejuelos y, sin embargo, nunca los usó que sepamos, a pesar de que fue un hombre que se pasó la vida escribiendo a la luz de una vela, o a la luz quizás de un quinqué por la noche, pues ya existían los que usaban luz brillante, y apenas conoció la luz eléctrica, de la cual, por cierto habló muy bien.

Yo pienso que él debe haberse quedado encantado con la luz eléctrica, porque la posibilidad de leer con un bombillo, aunque fuera un bombillo de aquella época, era mucho mejor que estar leyendo a la luz de una vela, o de un quinqué con ese fuerte olor del combustible. Y uno se pregunta: “¿cómo Martí pudo escribir tanto?” Seguramente que las noches eran momentos para la escritura porque en el día, en esa vida atropellada que él llevaba, en ese corre corre de un lado para otro, sobre todo en su madurez, cuando estaba en Nueva York, de seguro no podía.

Dice Collazo también que Martí andaba corriendo por las calles de Nueva York y Gonzalo de Quesada afirma que subía las escaleras de dos en dos escalones, lo cual nos está demostrando que era un hombre que era puro nervio, y uno dice: “Caramba ¿serían esos nervios los que efectivamente le permitían mantenerse tan activo, tan entusiasta, yéndose por encima de aquellos dolores que sólo, que sepamos, le confiesa más a Mercado que a su propia madre?”. Es verdad que no conservamos todas las cartas de Martí con su mamá, pero en las pocas que conservamos, él no suele hablarle de sus males de salud, ni siquiera casi nunca de sus males de alma, por decirlo de algún modo.

Yo diría que lo primero importante es que Hodelín ha demostrado digamos que la pericia de un historiador en el manejo de sus fuentes. Aquí él ha tenido que manejar fuentes de personas de aquella época y de posteriores que se han acercado al tema y, desde luego, ha manejado algunos de los documentos relacionados con su salud, sobre todo, las dos necropsias, por ejemplo que lo han podido ayudar mucho en este sentido.

Existen dos necropsias del cadáver de Martí pues su cuerpo fue revisado por dos médicos, ya que, no contento con el informe que le llegó de que Martí había muerto, el Capitán General pidió que confirmaran bien que fuera él. Entonces mandaron al segundo médico del ejército español que, por cierto, era cubano, quien le hizo la segunda revisión al cadáver que se aprecia en la foto que no se publica mucho pero que tenemos, en la que se ve gran parte del rostro ya totalmente desecho, sin la piel y los tejidos musculares. Es una foto impresionante.

A mi ver, lo primero que muestra este libro es esta capacidad autoral de trabajar con sus fuentes, de extraerle a las fuentes, de darle un peso principal (así no lo hicieron otros autores antes que él) al propio Martí, porque el Maestro describe a veces a Mercado sus dolores, sus malestares, y a algún otro amigo también, y esta digamos que ha sido la “consulta” que ha hecho el médico autor moverse mucho a partir de las cosas que va diciendo el propio Martí: dónde están sus dolores, qué malestares siente.

Martí a veces los relata con una minuciosidad que resulta sorprendente pues se refería a sus problemas de salud con cierta precisión, lo cual llama la atención. Por otra parte recordemos que Martí después fue envenenado en la Florida porque el gobierno español le pagó para que lo envenenaran. Fueron dos cubanos y, por cierto, el episodio terminó con que Martí mandó a buscar a los que lo habían envenado, habló con ellos y los dos se echaron a llorar, los dos vinieron después a combatir por Cuba. ¡Qué clase de novela esa! Uno murió en la guerra, murió peleando en la Guerra del 95: fueron mambises, los dos asesinos de José Martí. ¿Qué cosa más hermosa, no? Esa capacidad de José Martí de transformar a unos seres humanos que lo hicieron seguramente por el dinero que les estaban ofreciendo, y en los cuales, sin embargo, él logró levantar un sentido de patriotismo al punto que se jugaron la vida por la independencia de su patria.

Yo diría que ese es el primer gran valor de esta obra. Creo que, además, tiene un segundo gran valor, y es que nos demuestra algo que a veces uno oye hablar y a mí me asusta un poco, soy sincero. A veces la gente me dice que hay que humanizar a Martí, pero a veces creo que lo quieren humanizar para ver si tenía las mismas reacciones biológicas que cualquier ser humano. Claro que sudaba, y tenía todas las reacciones biológicas porque ese ser humano tendría hambre etcétera, etcétera, como todo el mundo, pero eso no es lo que hace, desde luego que fuera una persona diferente.

Quizás, si lo vemos desde el punto de vista de su cuerpo, lo que lo hace diferente es su capacidad de trabajar constantemente en función de sus ideales, en función del programa que se trazó, en los finales de su vida para alcanzar la independencia de Cuba, para trabajar por la unidad antillana y la unidad latinoamericana, para impedir la expansión de los Estados Unidos, para crear una república nueva. Qué cantidad de cosas quiso hacer y no pudo cumplir los objetivos más hondos que se trazó, mas pudo trabajar hasta su muerte, logrando éxito en ello, a pesar de esos problemas de salud.

Yo creo que ahí está, en todo caso la excepcionalidad como ser humano de Martí: esa capacidad de sobreponerse a esos dolores, a esas dificultades de salud, a esas cosas que te dan deseos de estar tirado en una cama y no moverte. E, inclusive, sabemos por muchas de sus cartas que hasta acostado en la cama trabajaba, por ejemplo, después que estuvo envenenado, primero en la Florida, después un poco en Nueva York donde no llegó del todo todavía resuelto el problema, y no sabemos —el propio Hodelín da algunos elementos en este sentido— si sus dolencias pudieron modificarse en algún sentido o aparecer algunas nuevas, justamente porque aquel veneno de algún modo dañó parte de su organismo. Pensemos cuánto podría saberse en aquella época acerca de ese veneno y de cómo combatir sus efectos. ¿Se pudo identificar cuál fue? Hasta hoy no sabemos exactamente qué tipo de veneno fue, pero todo indica que efectivamente fue un veneno y los médicos de la época se dieron cuenta, y lo trataron de acuerdo a lo que había en el desarrollo de la medicina de la época. Lo trató un médico en la Florida y lo trató uno de sus grandes amigos médicos en Nueva York.

Justamente ahí está otro elemento para mí de su grandeza como ser humano, su verdadera condición de un ser humano distinto, de un ser humano capaz de sobreponerse a las dificultades, tanto a las materiales de su alrededor como a las de su propio cuerpo en la lucha. Yo diría que Martí tuvo que emprender en el orden personal, íntimo, varias luchas.

Una fue con su familia. Su madre era una mujer fuerte. La película de Fernando Pérez nos da al padre -y yo creo que sí, que era así de gritón y escandaloso- pero la que llevaba los pantalones en esa casa era, en mi opinión, doña Leonor, quien tenía un carácter muy fuerte, muy fuerte. Fue una mujer que aprendió a leer y a escribir sola, y fue además una mujer que tuvo el valor que no tuvo el marido de aparecerse en la oficina de la Capitanía General a reclamar que en nombre de que su marido que había sido un militar español, se salvase la vida de su hijo. Siempre habrá que agradecerle a esa madre, no solo que para su satisfacción salvó la vida de su hijo sino que nos la salvó para Cuba, porque si no ese muchacho no hubiera durado mucho más ahí en las canteras. Lo que él nos describe después en El Presidio Político en Cuba nos indica que aquel era un mecanismo demoledor; era una máquina de matar personas lo que había allí, y si no te mataban las enfermedades, el exceso de trabajo, la falta de alimentación adecuada, cualquier día, si empezabas a protestar un poco, te propinaban una golpiza o te pegaban un tiro tranquilamente y se acabó.

Esa relación con la madre fue difícil, como lo demuestran las pocas cartas de ella que se han conservado, y algunas respuestas de él que indican esa relación, corroborada en la última carta de él, esa en que le dice: “ya llegará el día en que yo le pasaré la mano por el brazo y le pediré la bendición, usted se queja de mí y yo no soy más que usted. De alguna manera, pues, le estaba diciendo: “yo soy lo que he aprendido de usted, lo que usted me ha enseñado.”

Y al mismo tiempo nos decimos: “Caramba, qué relación más linda”, porque chocaban, pero se querían por encima de todas esas cosas. Aquella madre por su hijo varón hacía lo que hizo, y seguiría haciendo cualquier cosa y, lógicamente, quería que ese hijo varón no solo fuera feliz, sino que cumpliera lo que ella sabía desde que era niño o al menos adolescente: que aquel muchacho tenía un talento excepcional, una capacidad excepcional, y podía ser un poco la solución de aquella familia cargada de hijas, de mujeres. Piensen en una familia que no es rica, española, del siglo XIX, cargada con un montón de muchachitas que van creciendo, y qué les pueden ofrecer ellos a esas muchachitas, qué futuro.

Voy a hablar en el lenguaje de la época que todavía se sigue hablando en muchas familias: ¿qué futuro tenían esas niñas, esas muchachas?, cuando en la época lo más frecuente y normal —cosa que a veces se nos olvida–, es que una muchacha de una posición mediana o pobre, se buscara un marido que le pudiera asegurar la existencia. Hoy a la mujer liberada le parece eso horrible, pero en esa época era así. Y lógicamente, los padres y las madres también querían que sus hijas tuvieran un buen matrimonio, un hombre que fuera capaz, por lo menos, de sostenerles una vida decorosa a esas muchachas según iban creciendo.

Mariano y Leonor tuvieron un primer problema con Leonor, la hermana que nació tras Pepe. Leonor era igual a él, eran uña y carne. Leonor era la hermana más cercana a él, que terminó disgustada con el padre con dieciséis o diecisiete años, y se fue de la casa, buscó un abogado y gente que le hablaron de una ley española que la protegía, y fue a casa de unas amistades de la familia y encausó al padre por abuso contra su persona y ganó esa causa, y terminó casándose con ese hombre al cual el padre se oponía que se casara y por eso ella, para parir su segundo hijo, se fue a Nueva York y estuvo con su hermano, y era, digamos, la gran compinche de él. Esos dos hermanos, que eran los mayores, eran los más íntimos. Con sus otras hermanas se conservan cartas, sobre todo a Amelia, en la que Martí le daba consejos de padre en su condición del hermano mayor, que, como algo típico de la familia entonces, que, muerto el padre, toma un poco la figura de este, o incluso mientras estaba vivo era capaz de decirle a sus hermanas “entiendan al viejo”, él que se había molestado más de una vez con el viejo.

Su otro gran dilema sentimental fue su matrimonio, que fue un desastre. Sin entrar en ese tema a fondo, porque ese no es el de Hodelín, su esposa fue la mujer de la cual, en mi opinión, estuvo siempre enamorado, porque ella era fuerte también y a él le gustaban las mujeres fuertes.

Un gran amor anterior había sido una actriz cubana, Eloísa Agüero de Osorio, una camagüeyana. Uno se da cuenta del amor tremendo de aquella mujer, que le escribió apasionadamente acerca de su pasión por él. Pero él la dejó por Carmen. Esos y otros amores fueron fuente de dolores, yo diría más profundos para Martí que los dolores físicos.
Y me parece lícito preguntarnos, a la luz de la medicina actual y de su estrecha relación con la psicología, si algunos de sus dolores sentimentales, espirituales, influyeron de alguna manera en sus malestares físicos.

No deja de inquietarnos en ese sentido cuando él mismo en su diario, desde el desembarco en Playita hasta Dos Ríos, va diciendo el entusiasmo con que está, cómo se siente bien. Lo escribe él para sí, no se lo está diciendo a Gómez, no lo está hablando con los otros patriotas, no se lo dice a Bartolomé Masó cuando se encuentran ya en los días finales de su vida, no: lo está escribiendo en su diario. El lector de esas páginas se da cuenta de que está como reviviendo. Y Máximo Gómez no deja de estampar en su propio diario cuanto le sorprende que aquel hombre débil de salud y físicamente ande por aquella montañas orientales en agotadoras jornadas sin expresar cansancio o dolores. No hay dudas de que fue feliz durante esas semanas en la patria porque sintió que su obra estaba dando resultados, a pesar de los peligros que veía y de la necesidad de encausar esa obra ya iniciada la contienda armada. Martí era entonces un hombre al que yo creo que eso le levantaba no solo espiritualmente y moralmente sino también en el plano físico. Eso es lo que le da sentido a su vida en esas pocas semanas que está en Cuba. y de constituir un gobierno, que lo lleva al Camagüey, que era para donde él se dirigía con Gómez a formar un gobierno donde estén representados todos los patriotas, o sea, las principales fuerzas patrióticas que están sobre las armas y se cree una nueva República en Armas y que no sean los conflictos que hubo en la Guerra de los Diez Años que dieron al traste con ella.

Yo creo que Hodelín ha demostrado que no es solo un médico, sino que también es un poco sicólogo. Ha entendido muy bien la personalidad de Martí, la fuerza de esa personalidad que logra una y otra vez vencer los obstáculos que le presenta su cuerpo. ¿Cómo fue posible que Martí escribiera e improvisara discursos y textos formidables, bien escritos y bien hilvanados, esperanzadores después de haber sido envenenado, en el medio de aquellos dolores, ante las emigraciones.

Me he extendido en estos aspectos de la intimidad espiritual martiana porque estimo que Hodelín justamente ha entendido la personalidad de Martí. Sabemos que las enfermedades también pasan por la personalidad de la gente, sin dudas no todos asumimos una enfermedad de la misma manera, y entonces él ha sabido entender esa personalidad de Martí que es algo que parece muy fácil, pero no lo es. Parece muy fácil porque nos ayudan las cartas, nos ayudan esos momentos en que Martí suelta su interioridad en sus cuadernos de apuntes y sus fragmentos donde anota cosas de las que siente, de las que está pensando, pero de las cuales a menudo no hace públicas, no las escribe ni siquiera para sus amistades.

Y es que Hodelín se ha convertido en un estudioso profundo de Martí. Yo diría que él se mueve por las obras completas de Martí, con la facilidad y el conocimiento de cualquiera de mis compañeros de trabajo en el Centro de Estudios Martianos. A veces le digo, “Hodelín, a ti te tenemos que hacer trabajador del Centro de Estudios Martianos de alguna forma porque realmente tú estás haciendo un análisis de un hombre enfermo, pero tomando en cuenta su personalidad”.

Ese, para mí, es uno de los grandes méritos del libro, junto con el trabajo con las fuentes, junto con el tratar de entender al hombre y su manera de afrontar aquello, y quiero decirles por ejemplo que la bibliografía tiene muchas páginas, y al revisar los títulos, se comprende que su estudio a fondo del hombre lo ha llevado justamente a eso, a tratar de entender lo más completamente posible a Martí.

Por último hay que decir que este médico escribe muy bien; este médico es un escritor. Eso es algo muy importante, eso facilita la comunicación, eso hace el libro agradable. Este no es un libro aburrido, no es un libro solo para médicos. Ojalá muchos médicos lo leyeran porque les está demostrando que hoy se puede ser un médico no sólo a distancia física, sino también a distancia hacia el pasado. Su capacidad de hurgar de acuerdo a los conocimientos de hoy y que sabe de los de la medicina de entonces; el cómo dilucidar el caso de una enfermedad; el cómo hacer una consulta son valores realmente de un libro que por consiguiente no es solo interesante para los médicos, sino también, repito, para cualquier estudioso de Martí, y no solo los estudiosos, sino también cualquier persona porque se lee con amenidad, como un relato.

El autor a veces recurre al relato de lo que está sucediendo. No nos aburre, no es el informe del médico, maneja toda la documentación que hay de los propios médicos en torno al asunto; revisa los pocos informes médicos conocidos como el del oculista; pero también revisa al ser humano. Eso ha sido decisivo para él: leer a Martí, ver cómo Martí se describe a sí mismo y a sus enfermedades y entender esa sicología. Recordemos que los buenos médicos siempre dicen que no hay enfermedades sino enfermos, que cada enfermo es un caso diferente aunque tengan los mismos padecimientos dos personas, y yo creo que él ha aplicado esto aquí. Este libro justamente lo que hace es presentarnos una imagen muy enriquecida de Martí, y en ese sentido para mí es una obra muy valiosa, por lo que recomiendo su lectura a las personas que se sientan un poquito entusiasmadas por esta descarga martiana mía. Muchas gracias.

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