Fragmentos de las palabras del poeta Moisés Mayán en la presentación del libro Papeles de un naufragio, de Lourdes González.
Papeles… había sido distinguido en el Premio de la Ciudad por un jurado conformado por Salvador Redonet, Eugenio Marrón y Reinaldo González, y lo más interesante, lo que me parece a mí más interesante, era que precisamente había ganado el premio en el género narrativa, oigan esto, en el género narrativa. Papeles… es un libro que Lourdes escribe en diecisiete días, en medio de un vértigo febril de escritura, en la barra de una paladar, la paladar “Paradiso”. No estaba aislada, no había creado una burbuja, no se encontraba en su torre de marfil, allí, mientras sacaba las cuentas y hacía los pedidos, Lourdes escribía este libro. De manera que no es un libro que ha reposado, sino que es un organismo vivo que parece estar generándose frente a nuestros ojos. Ahora, ¿qué sucede?, que Papeles de un naufragio es el libro que demuele, de una forma inmediata, las barreras entre el texto y el lector, algo que es un misterio, porque cuando nosotros los que vivimos de la palabra y específicamente de la palabra impresa, terminamos un texto nos preguntamos en el mejor de los casos qué cercanías, qué vías de acceso, qué puentes, qué túneles conducen ese libro al lector y muchas veces nos percatamos que hay cierto hermetismo que nosotros podemos llamar desafíos culturales entre los libros que acabamos de escribir y el lector. Papeles de un naufragio lo mismo en la Peña Alta Marea de Cabrejas, mientras la gente estaba disputándose un trago y otro, en un bar de Bogotá o en la Universidad de La Sorbona, donde se reunían eminentes catedráticos, lograba hacerse de un público apasionado, de un público que le profesaba además una vehemencia inusitada, porque quizás en este libro están los gérmenes, las estructuras que mueven a los best seller y sin la autora proponérselo, porque en un momento determinado Lourdes me ha dicho “este libro que ha tocado a tantas personas lo escribí para mí, era la forma de llegar a la página y salvarme completamente del naufragio de aquellos tiempos donde uno empezó a prescindir de cosas y comer”.
¿Qué sucede con Papeles…? Que Papeles… no se queda en la edición de mil novecientos noventa y nueve, una edición que sale milagrosamente, porque la imprenta llevaba varios años cerrada. Papeles… se materializa, empieza a presentarse en varios lugares. Aida Bahr, quien entonces era directora de la Editorial Oriente soñaba con que fuera Papeles de un naufragio el libro que inaugurara la colección Mariposa. Es Jorge Luis Hernández, su esposo, quien le lleva el ejemplar, que ha comprado en Holguín, nada más y nada menos que en un evento que se celebró en el Pernik, que se llamaba “Los cien años del cuento en Cuba” y que había organizado el eminente narrador manzanillero Francisco López Sacha. Cuando Aida Bahr recibe el libro dice “Qué lástima que ya esté publicado y yo no pueda abrir con este libro la colección Mariposa”. Pero después viene la edición de Papeles… de Letras Cubanas, pero después Papeles… se traduce al italiano y pone a Lourdes en Roma, donde se percata que también este libro tenía vínculos con un lector muy alejado de nuestra realidad, con un lector que incluso tenía como código otra lengua. Y no se queda ahí, aparece el Dossier de un náufrago, la versión francesa de Papeles de un naufragio. Se llega a cuatro ediciones. Cuatro ediciones publicadas con el rótulo de narrativa. Pero Papeles de un naufragio se estaba acercando en el año dos mil diecinueve a las dos décadas de publicación, las dos décadas… ya Lourdes, además, cuando mira hacia atrás en su línea temporal, reconoce que Papeles… es el parteaguas de su literatura. ¿Por qué? Porque cuando Lourdes termina de escribir Papeles… no sabe bien lo que ha hecho, sabe que tiene una carga de dinamita que puede detonar en cualquier momento, pero llama a un amigo, a un íntimo como Eugenio Marrón y le dice “he terminado algo que no sé realmente lo que es, está en un espacio fronterizo entre la narrativa y la poesía ¿qué es? ” Marrón le dice “No te preocupes por lo que es, el problema es que ahí la literatura, el lenguaje, está vivo, está en un estado líquido, bullente” Y entonces es a partir del ejercicio que significa Papeles de un naufragio que Lourdes decide sumirse en una novela lírica como lo es María toda, que le abriría las puertas en definitiva a su narrativa, que ha marcado también la narrativa cubana de estos tiempos. Es en el año dos mil diecinueve, cuando Papeles… celebra sus veinte años, que aquella idea peregrina de Aida Bahr se materializa y Papeles… adopta una nueva configuración, no porque haya variado nada: no es el libro que para reeditarse necesita que se le agreguen o se le quiten cosas, no es la escritora que mira veinte años atrás y se arrepiente de alguna palabra o prescinde de algún poema, porque en veinte años Papeles… es el mismo que se escribió sobre la barra del “Paradiso” es el mismo que nosotros tenemos hoy. Pero entonces se materializa en la colección Mariposa y yo llamo a Lourdes y le digo “Lourdes, notaste que la edición de Papeles… bajo el cuadro de Armando Gómez en la portada dice <>”, porque hasta ahora siempre se había publicado con el rótulo <>. Y Lourdes que es una mujer de detalles, que se da cuenta no sólo de los velos y de las apariencias exteriores sino que es capaz con una mirada de escrutar el corazón y decirte lo que estás pensando me dice “No me había percatado, ¿de verdad que dice poesía?” Dice poesía, como pudiera decir <>, como pudiera decir <>, como pudiera decir <>. Porque con Papeles de un naufragio, este libro que yo, que no acostumbro a elogiar cualquier texto, se los recomiendo enfáticamente y digo lo que yo digo siempre “Cómprense ese libro y después confróntenme en la calle”, Lourdes González se puso definitivamente sobre la tierra firme del idioma y se convirtió en una mujer a salvo de todos los naufragios. Muchas gracias.
Para hablar de esta celebración, primero debemos remontarnos al año 1923, en Cataluña, España, cuando el escritor valenciano Vicente Clavel se presentó ante la Cámara Oficial del Libro de Barcelona con la propuesta de que se dedicase un día al libro y a los autores.
Fue el rey Alfonso XIII de España quien aprobó el decreto tres años después, en 1926, eligiéndose para su celebración el 7 de octubre, fecha que se presumía como correspondiente al natalicio de Miguel de Cervantes.
Por los próximos casi cinco años la fiesta literaria se conmemoró ese día, contando con gran aceptación, pero las dudas y críticas sobre lo conveniente de la fecha escogida no se hicieron tardar. Para empezar, aún hoy no se sabe con certeza el día exacto del nacimiento del maestro de las letras castellanas. Esto, unido al hecho de que se trataba de una festividad callejera, más apropiada para el buen tiempo primaveral en vez del plomizo clima del otoño europeo, motivó que en 1930 se trasladase para el 23 de abril.
Esta nueva fecha se distinguía además por relacionarse con los fallecimientos en 1616 de William Shakespeare, Miguel de Cervantes e Inca Garcilaso de la Vega. En el caso del padre de El Quijote, en ese día se le dio sepultura, y en el del escritor inglés, se le atribuye el 23 según el calendario juliano, aún vigente durante la Inglaterra isabelina.
En el ámbito internacional, el origen de la celebración se da en 1988, promovido por la UNESCO, comenzando a celebrarse en 1989 en varios países. Sin embargo, fue en 1995 que el gobierno español presentó a la UNESCO la propuesta de la Unión Internacional de Editores para establecer esta primaveral fecha como Día del Libro a nivel mundial. La respuesta no se hizo esperar, aprobándose ese mismo año, y la fecha adquirió entonces nueva relevancia, pues también un 23 de abril nacieron o fallecieron diversas personalidades de la literatura universal, como Vladimir Nabokov, Josep Pla, Manuel Mejía Vallejo, Maurice Druon, Haldor K. Laxness y William Wordsworth.
Además, cada año la Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios y Bibliotecas, la Unión Internacional de Editores y la Federación Internacional de Libreros, eligen una ciudad como Capital Mundial del Libro. Esta, durante el resto del año, se dedica a realizar actividades culturales relacionadas con la lectura. En el caso particular del 2023, la ciudad escogida ha sido Accra, en Ghana.
Un hecho curioso es que esta fecha coincide también con la del santo patrón de Cataluña, Sant Jordi (San Jorge). Esta región celebra entonces por partida doble y en ella surgió una hermosa tradición que actualmente ha sido adoptada por otros países: regalar una rosa y un libro a los seres queridos.
De tal modo, alrededor de todo el mundo, esta jornada se ha convertido en una fiesta literaria, en la cual la premisa es descubrir el placer de la lectura y valorar las irreemplazables contribuciones de aquellos quienes han impulsado el progreso social y cultural de la humanidad.
Siguiendo dicha premisa, llegue la felicitación de nuestra editorial a todos nuestros escritores y editores por su extraordinaria labor. Y a todos los lectores, nuestra cordial invitación a continuar descubriendo las maravillas de este mundo lleno de magia que es la literatura.
Me considero un asistente feliz a esta convocatoria de encontrar un libro que, tras casi 53 años de haber visto la luz por primera vez, sigue siendo trascendente. Cumplo entonces, gustoso, el gentil encargo que me hicieran de presentarlo a ustedes en esta jornada. Se trata de Uvero. Sus autores, Rolando Castillo Moya y Rubén Castillo Ramos, que ya no están, me ofrecen con su texto la oportunidad de sentir un sano orgullo, que en la misma dimensión agradezco como revolucionario de mi generación, y apasionado de la Historia. Al decir esto, reconozco el primer gran sentido de este acto, pues en cada página de este libro (de esos que contienen las esencias de la Patria en Revolución), está el homenaje a los que fundaron, hace también poco más de medio siglo junto a estas páginas, el sueño editorial de Oriente. El segundo tiene que ver con el significado de estos días: por estas fechas, hace 66 años, el Ejército Rebelde se encontraba desplegando una contundente respuesta al reforzamiento militar que en la región oriental estaba teniendo lugar por parte de la tiranía de Fulgencio Batista. El año 1957 se había inaugurado con victorias en La Plata y Arroyos del Infierno, estableciendo un criterio de confianza en que la revolución estaba en plena marcha. Después, con el aporte comprometido por Frank País de hombres y armas, el 28 de mayo se combatió muy duro en el cuartel del Uvero, en el corazón de la Sierra Maestra. “Todo lo que se diga de la valentía con que lucharon –dijo Fidel– no acertaría a escribir el heroísmo de nuestros combatientes”. Con la noticia, unos días antes de aquella fecha, de que se había producido el desembarco del yate Corynthia, la acción tendría lugar como elemento distractor, de apoyo y de avance. Unos cien combatientes siguieron el primer disparo de fusil con mirilla telescópica realizado por Fidel y durante horas de cruento enfrentamiento, fundaron la mayoría de edad del Ejército Rebelde (como acuñara el Che), encaminando la vía armada por la ansiada senda de la victoria. Se convierte entonces en oportuna esta invitación a la lectura, porque se trata, en esencia, de conocer, de la forma en que solo sus autores han podido hacerlo hasta hoy, el mundo interior de la fase insurreccional de la Revolución Cubana a través de sus capítulos más audaces. Consignar el valor aportativo desde los puntos de vista histórico, ideológico y político, es un hecho que merece ser destacado, tras la lograda intención de dos singulares autores: periodistas con hojas brillantes de servicios a favor de la Revolución (antes y después de 1959), ambos orientales, y Rolando, merecedor del Premio de Periodismo “José Martí” por la Obra de Toda la Vida, en 1999. Encargados y armados ambos de la mejor técnica para informar, narrar, analizar, posicionar actuaciones y motivar la reflexión en torno a un acontecimiento que marcó el viraje consagratorio en el rumbo de la guerra. Y lo fue, sobre todo, demostrando que la lucha revolucionaria en Cuba era ya una realidad inapagable. El libro, sin embargo, establece un hilo que une dos acontecimientos (similares por sus fechas) pero separados en el tiempo. El primero constituye un valioso material histórico que se compone por informes, actas y relatos sobre la preparación y ejecución del combate de Uvero; sus protagonistas: Fidel, Raúl, Almeida y el Che; así como las semblanzas de los caídos en aquella acción. De tal manera, de entre montañas y de uniformes de verde olivo, del cuartel enemigo y de hombres valientes que sobrevivieron o cayeron en aquel combate que les dio la categoría de “tropa experimentada” –dijo Raúl–, se compone la primera lectura de este texto. La segunda trata sobre la gestación y la no menos valerosa existencia del Contingente de Trabajo Comunista Combate de Uvero, cuando la producción de azúcar en el país, la víspera del año 1970, significaba una cuestión de vida o muerte para la economía nacional. A sus más de 4 mil movilizados, en aquellas tierras de Holguín primero, y luego en cualquier parte, están dedicadas las páginas de este libro, una suerte de homenaje que es una conexión en el tiempo con un sitio, un combate, con hombres de dos épocas unidos en la Revolución, primero con armas, y después con machetes, en el surco, en las maquinarias. El sueño, el mismo: había germinado la simiente renovadora que estaba transformando por completo el basamento de una sociedad. Lo verdaderamente motivador en estas páginas es el encuentro con la historia de la mano de sus protagonistas, a un nivel de detalle que de forma invariable nos sumerge en los escenarios que narra: el tiempo en que se colocaba el pecho a las balas, y el de la defensa y construcción de la nueva sociedad. No sabrían los autores definir cuál fue más difícil. Lo que sí supieron definir en cada una de estas páginas, es que la nuestra ha sido una historia hecha por hombres bravos. En estas páginas palpita el corazón de la palabra encendida de Fidel, en su lograda vindicación de la resistencia política por vía armada como único vehículo posible de la Revolución; y la voz de millones de cubanos. Por sus 179 páginas discurre entrañable un verbo que arde excelso y valiente, acompañado en orden documental por materiales que son historia viva. Agradezco contar con las páginas que hace ya hoy más de 50 años, nos ofrecieron por primera vez Rolando y Rubén, en una verdadera investigación de vidas; un esfuerzo editorial que bien vale la pena sea coronado con el interés de miles de ojos lectores a través de una pantalla digital. A la orden de la complejidad del mundo contemporáneo, armarnos de nuestra historia y de nuestra cultura en sus más amplios alcances, es decisorio en el camino hacia el futuro. Triunfadores de la muerte y el olvido, nuestros hombres de ayer han de levantarse ante la mirada de los de hoy, y continuar marcando la ruta de redención. Encuentro en este libro, ideas preclaras en esta dimensión, y es valor adicional que destaco. No creo posible dimensionar el legado del Ejército Rebelde sin la presencia de los conocimientos que aporta esta obra, parte ya de nuestra historiografía más viril. Creo firmemente en la idea de que hay grandes acontecimientos (grandes por su significado, grandes por su energía generadora, como diría Carpentier), que solo conocemos cabalmente si son narrados y analizados por actores que se corresponden con esa cultura. Es así que, si la Historia de Cuba guarda con celo que Uvero marca un hito trascendental en la vida del Ejército Rebelde, los autores de este libro honraron sin tacha el altísimo compromiso de demostrarlo, y nos ha legado a las actuales y futuras generaciones de cubanos, uno de esos libros imprescindibles. Conviértase entonces en herramienta de saber y compromiso. Saludo calurosamente la aparición de esta segunda edición (digital), como también al resto de sus protagonistas, hombres y mujeres de labor de la Editorial Oriente, con Natividad Alfaro al cuidado de la edición y corrección (nuestra Premio Nacional de Edición). Gracias a sus esfuerzos conjuntos: hoy convocamos a la relectura de Uvero, 53 años después. Muchas gracias.
Nos hallamos ante la segunda edición de este libro del doctor Ricardo Hodelín Tablada, la cual tiene algunos ligeros cambios con respecto a la primera en cuanto a que incorpora algunos nuevos datos que él ha podido encontrar e inclusive algunas fotos de varios de los médicos relacionados con el asunto en el momento de la vida de Martí. El tema de las enfermedades de Martí es algo que siempre ha llamado la atención de sus biógrafos y de cualquier estudioso de Martí, mas tendríamos que decir que fue atendido en primerísimo lugar por Martí y su propia familia.
El Maestro fue un hombre más enfermo de lo que a veces aparenta en sus fotos. Su correspondencia nos indica muy a menudo los problemas de salud que confronta, sobre todo con el que fue su confesor –por decirlo de alguna manera-, Manuel Mercado, su amigo mexicano. A cada rato Martí le está hablando de sus malestares desde el punto de vista físico, aunque también le cuenta de los espirituales, y a veces ambos se ligan.
Eso me hace recordar una frase que escribió Enrique Collazo, el general santiaguero, que como buen santiaguero leal con sus compañeros de lucha se puso muy molesto con Martí cuando este hizo una crítica de A pie y descalzo, un libro de Ramón Roa, uno de sus compañeros de la Guerra de los Diez Años. Martí en uno de sus discursos, en la Florida, sin decir el título ni el autor, aludió a qué si nos estábamos preparando para una guerra no era quizás el momento de estar nada más que enfatizando en los problemas materiales de la vida mambisa con aquello de “a pie y descalzo”.
Collazo, que era hombre de armas tomar se molestó y le respondió acremente a Martí, quien, a su vez, le respondió también con dureza. Fíjense qué cosa más interesante: Collazo terminó trabajando junto con él en los preparativos de la guerra –¡qué grandeza de por ambas partes!- y escribió una memoria deliciosa sobre cómo él veía a Martí, en la que decía que era una persona siempre buscando, como ansioso, el amor de los demás, una relación fraternal, amorosa.
Y así, diría yo, parece que finalmente conquistó también esa amistad con Collazo, firmante en nombre de Máximo Gómez de la orden de alzamiento en Cuba en 1895. Digo esto porque los amigos de Martí, sus personas cercanas siempre quedaban impresionados ante su capacidad para sobreponerse a esos males de salud. Gómez, en su diario de 1895, se queda sorprendido en un momento dado y se pregunta cómo es posible que este hombre que está tan desbaratado desde el punto de vista físico, no se queja de nada y sube y baja lomas con el amigo, sin hacer evidente el malestar. Y es verdad que tenía los pies desbaratados, como los tenían sus acompañantes también al principio, y en su propio diario alguna que otra vez él habla de que se ha hecho alguna cura en los pies, cruzando ríos, metiendo los pies en el agua, en fin, todas esas cosas. Realmente Martí fue un hombre que vivió buena parte de su vida enfermo. Y buena parte de su vida enfermo viene de sus tiempos en la cárcel, más que en la cárcel, picando piedras en las canteras de San Lázaro. Yo diría que aquello fue una especie de asesinato a largo plazo, porque su salud quedó afectada para siempre.
Durante mucho tiempo hubo varios médicos cubanos que en distintos momentos trataron de entender sus enfermedades. La diferencia de mi amigo Hodelín Tablada con ellos es que realmente ha tenido la minuciosidad no sólo de un médico que tiene un paciente delante (en este caso, detrás en la historia), y que nos está dando un ejemplo interesantísimo de cómo se puede tratar un paciente que ya no existe, un paciente que además vivió un siglo atrás prácticamente, o más de un siglo ya, y que, sin embargo, amerita la consulta y el análisis de un médico.
Él demuestra, yo creo que fehacientemente, que se puede hacer una consulta y un diagnóstico a distancia en el tiempo.
Un buen ejemplo es esta enfermedad cuyo nombre se discute un poco, la sarcoidosis que es, digamos, un problema con los tejidos en general (puede ser con los tejidos óseos) y que en el caso de Martí se produjo por la cadena que le colgaba del cuello, le bajaba por el costado derecho, y le afectó el hueso de la cadera, un poco el hombro y la pierna, sobre todo alrededor del tobillo que era donde aguantaba aquella bola con la que tenía que moverse, e inclusive los testículos. Martí tuvo que operarse en México y perdió uno de sus testículos, porque en fin, todos aquellos tejidos estaban ya echados a perder. Si Hodelín me oye hablando de esta manera de los problemas médicos se horrorizaría, pero bueno, nosotros no somos médicos nos entendemos.
Lo interesante es que nuestro autor no se limita a un formidable estudio clínico, a un valioso estudio profesional de su mal mayor. Martí tuvo al parecer también problemas de la vista y sin embargo nunca usó espejuelos. Hay un gran oftalmólogo cubano de finales del XIX que lo atendió y le recomendó usar espejuelos y, sin embargo, nunca los usó que sepamos, a pesar de que fue un hombre que se pasó la vida escribiendo a la luz de una vela, o a la luz quizás de un quinqué por la noche, pues ya existían los que usaban luz brillante, y apenas conoció la luz eléctrica, de la cual, por cierto habló muy bien.
Yo pienso que él debe haberse quedado encantado con la luz eléctrica, porque la posibilidad de leer con un bombillo, aunque fuera un bombillo de aquella época, era mucho mejor que estar leyendo a la luz de una vela, o de un quinqué con ese fuerte olor del combustible. Y uno se pregunta: “¿cómo Martí pudo escribir tanto?” Seguramente que las noches eran momentos para la escritura porque en el día, en esa vida atropellada que él llevaba, en ese corre corre de un lado para otro, sobre todo en su madurez, cuando estaba en Nueva York, de seguro no podía.
Dice Collazo también que Martí andaba corriendo por las calles de Nueva York y Gonzalo de Quesada afirma que subía las escaleras de dos en dos escalones, lo cual nos está demostrando que era un hombre que era puro nervio, y uno dice: “Caramba ¿serían esos nervios los que efectivamente le permitían mantenerse tan activo, tan entusiasta, yéndose por encima de aquellos dolores que sólo, que sepamos, le confiesa más a Mercado que a su propia madre?”. Es verdad que no conservamos todas las cartas de Martí con su mamá, pero en las pocas que conservamos, él no suele hablarle de sus males de salud, ni siquiera casi nunca de sus males de alma, por decirlo de algún modo.
Yo diría que lo primero importante es que Hodelín ha demostrado digamos que la pericia de un historiador en el manejo de sus fuentes. Aquí él ha tenido que manejar fuentes de personas de aquella época y de posteriores que se han acercado al tema y, desde luego, ha manejado algunos de los documentos relacionados con su salud, sobre todo, las dos necropsias, por ejemplo que lo han podido ayudar mucho en este sentido.
Existen dos necropsias del cadáver de Martí pues su cuerpo fue revisado por dos médicos, ya que, no contento con el informe que le llegó de que Martí había muerto, el Capitán General pidió que confirmaran bien que fuera él. Entonces mandaron al segundo médico del ejército español que, por cierto, era cubano, quien le hizo la segunda revisión al cadáver que se aprecia en la foto que no se publica mucho pero que tenemos, en la que se ve gran parte del rostro ya totalmente desecho, sin la piel y los tejidos musculares. Es una foto impresionante.
A mi ver, lo primero que muestra este libro es esta capacidad autoral de trabajar con sus fuentes, de extraerle a las fuentes, de darle un peso principal (así no lo hicieron otros autores antes que él) al propio Martí, porque el Maestro describe a veces a Mercado sus dolores, sus malestares, y a algún otro amigo también, y esta digamos que ha sido la “consulta” que ha hecho el médico autor moverse mucho a partir de las cosas que va diciendo el propio Martí: dónde están sus dolores, qué malestares siente.
Martí a veces los relata con una minuciosidad que resulta sorprendente pues se refería a sus problemas de salud con cierta precisión, lo cual llama la atención. Por otra parte recordemos que Martí después fue envenenado en la Florida porque el gobierno español le pagó para que lo envenenaran. Fueron dos cubanos y, por cierto, el episodio terminó con que Martí mandó a buscar a los que lo habían envenado, habló con ellos y los dos se echaron a llorar, los dos vinieron después a combatir por Cuba. ¡Qué clase de novela esa! Uno murió en la guerra, murió peleando en la Guerra del 95: fueron mambises, los dos asesinos de José Martí. ¿Qué cosa más hermosa, no? Esa capacidad de José Martí de transformar a unos seres humanos que lo hicieron seguramente por el dinero que les estaban ofreciendo, y en los cuales, sin embargo, él logró levantar un sentido de patriotismo al punto que se jugaron la vida por la independencia de su patria.
Yo diría que ese es el primer gran valor de esta obra. Creo que, además, tiene un segundo gran valor, y es que nos demuestra algo que a veces uno oye hablar y a mí me asusta un poco, soy sincero. A veces la gente me dice que hay que humanizar a Martí, pero a veces creo que lo quieren humanizar para ver si tenía las mismas reacciones biológicas que cualquier ser humano. Claro que sudaba, y tenía todas las reacciones biológicas porque ese ser humano tendría hambre etcétera, etcétera, como todo el mundo, pero eso no es lo que hace, desde luego que fuera una persona diferente.
Quizás, si lo vemos desde el punto de vista de su cuerpo, lo que lo hace diferente es su capacidad de trabajar constantemente en función de sus ideales, en función del programa que se trazó, en los finales de su vida para alcanzar la independencia de Cuba, para trabajar por la unidad antillana y la unidad latinoamericana, para impedir la expansión de los Estados Unidos, para crear una república nueva. Qué cantidad de cosas quiso hacer y no pudo cumplir los objetivos más hondos que se trazó, mas pudo trabajar hasta su muerte, logrando éxito en ello, a pesar de esos problemas de salud.
Yo creo que ahí está, en todo caso la excepcionalidad como ser humano de Martí: esa capacidad de sobreponerse a esos dolores, a esas dificultades de salud, a esas cosas que te dan deseos de estar tirado en una cama y no moverte. E, inclusive, sabemos por muchas de sus cartas que hasta acostado en la cama trabajaba, por ejemplo, después que estuvo envenenado, primero en la Florida, después un poco en Nueva York donde no llegó del todo todavía resuelto el problema, y no sabemos —el propio Hodelín da algunos elementos en este sentido— si sus dolencias pudieron modificarse en algún sentido o aparecer algunas nuevas, justamente porque aquel veneno de algún modo dañó parte de su organismo. Pensemos cuánto podría saberse en aquella época acerca de ese veneno y de cómo combatir sus efectos. ¿Se pudo identificar cuál fue? Hasta hoy no sabemos exactamente qué tipo de veneno fue, pero todo indica que efectivamente fue un veneno y los médicos de la época se dieron cuenta, y lo trataron de acuerdo a lo que había en el desarrollo de la medicina de la época. Lo trató un médico en la Florida y lo trató uno de sus grandes amigos médicos en Nueva York.
Justamente ahí está otro elemento para mí de su grandeza como ser humano, su verdadera condición de un ser humano distinto, de un ser humano capaz de sobreponerse a las dificultades, tanto a las materiales de su alrededor como a las de su propio cuerpo en la lucha. Yo diría que Martí tuvo que emprender en el orden personal, íntimo, varias luchas.
Una fue con su familia. Su madre era una mujer fuerte. La película de Fernando Pérez nos da al padre -y yo creo que sí, que era así de gritón y escandaloso- pero la que llevaba los pantalones en esa casa era, en mi opinión, doña Leonor, quien tenía un carácter muy fuerte, muy fuerte. Fue una mujer que aprendió a leer y a escribir sola, y fue además una mujer que tuvo el valor que no tuvo el marido de aparecerse en la oficina de la Capitanía General a reclamar que en nombre de que su marido que había sido un militar español, se salvase la vida de su hijo. Siempre habrá que agradecerle a esa madre, no solo que para su satisfacción salvó la vida de su hijo sino que nos la salvó para Cuba, porque si no ese muchacho no hubiera durado mucho más ahí en las canteras. Lo que él nos describe después en El Presidio Político en Cuba nos indica que aquel era un mecanismo demoledor; era una máquina de matar personas lo que había allí, y si no te mataban las enfermedades, el exceso de trabajo, la falta de alimentación adecuada, cualquier día, si empezabas a protestar un poco, te propinaban una golpiza o te pegaban un tiro tranquilamente y se acabó.
Esa relación con la madre fue difícil, como lo demuestran las pocas cartas de ella que se han conservado, y algunas respuestas de él que indican esa relación, corroborada en la última carta de él, esa en que le dice: “ya llegará el día en que yo le pasaré la mano por el brazo y le pediré la bendición, usted se queja de mí y yo no soy más que usted. De alguna manera, pues, le estaba diciendo: “yo soy lo que he aprendido de usted, lo que usted me ha enseñado.”
Y al mismo tiempo nos decimos: “Caramba, qué relación más linda”, porque chocaban, pero se querían por encima de todas esas cosas. Aquella madre por su hijo varón hacía lo que hizo, y seguiría haciendo cualquier cosa y, lógicamente, quería que ese hijo varón no solo fuera feliz, sino que cumpliera lo que ella sabía desde que era niño o al menos adolescente: que aquel muchacho tenía un talento excepcional, una capacidad excepcional, y podía ser un poco la solución de aquella familia cargada de hijas, de mujeres. Piensen en una familia que no es rica, española, del siglo XIX, cargada con un montón de muchachitas que van creciendo, y qué les pueden ofrecer ellos a esas muchachitas, qué futuro.
Voy a hablar en el lenguaje de la época que todavía se sigue hablando en muchas familias: ¿qué futuro tenían esas niñas, esas muchachas?, cuando en la época lo más frecuente y normal —cosa que a veces se nos olvida–, es que una muchacha de una posición mediana o pobre, se buscara un marido que le pudiera asegurar la existencia. Hoy a la mujer liberada le parece eso horrible, pero en esa época era así. Y lógicamente, los padres y las madres también querían que sus hijas tuvieran un buen matrimonio, un hombre que fuera capaz, por lo menos, de sostenerles una vida decorosa a esas muchachas según iban creciendo.
Mariano y Leonor tuvieron un primer problema con Leonor, la hermana que nació tras Pepe. Leonor era igual a él, eran uña y carne. Leonor era la hermana más cercana a él, que terminó disgustada con el padre con dieciséis o diecisiete años, y se fue de la casa, buscó un abogado y gente que le hablaron de una ley española que la protegía, y fue a casa de unas amistades de la familia y encausó al padre por abuso contra su persona y ganó esa causa, y terminó casándose con ese hombre al cual el padre se oponía que se casara y por eso ella, para parir su segundo hijo, se fue a Nueva York y estuvo con su hermano, y era, digamos, la gran compinche de él. Esos dos hermanos, que eran los mayores, eran los más íntimos. Con sus otras hermanas se conservan cartas, sobre todo a Amelia, en la que Martí le daba consejos de padre en su condición del hermano mayor, que, como algo típico de la familia entonces, que, muerto el padre, toma un poco la figura de este, o incluso mientras estaba vivo era capaz de decirle a sus hermanas “entiendan al viejo”, él que se había molestado más de una vez con el viejo.
Su otro gran dilema sentimental fue su matrimonio, que fue un desastre. Sin entrar en ese tema a fondo, porque ese no es el de Hodelín, su esposa fue la mujer de la cual, en mi opinión, estuvo siempre enamorado, porque ella era fuerte también y a él le gustaban las mujeres fuertes.
Un gran amor anterior había sido una actriz cubana, Eloísa Agüero de Osorio, una camagüeyana. Uno se da cuenta del amor tremendo de aquella mujer, que le escribió apasionadamente acerca de su pasión por él. Pero él la dejó por Carmen. Esos y otros amores fueron fuente de dolores, yo diría más profundos para Martí que los dolores físicos. Y me parece lícito preguntarnos, a la luz de la medicina actual y de su estrecha relación con la psicología, si algunos de sus dolores sentimentales, espirituales, influyeron de alguna manera en sus malestares físicos.
No deja de inquietarnos en ese sentido cuando él mismo en su diario, desde el desembarco en Playita hasta Dos Ríos, va diciendo el entusiasmo con que está, cómo se siente bien. Lo escribe él para sí, no se lo está diciendo a Gómez, no lo está hablando con los otros patriotas, no se lo dice a Bartolomé Masó cuando se encuentran ya en los días finales de su vida, no: lo está escribiendo en su diario. El lector de esas páginas se da cuenta de que está como reviviendo. Y Máximo Gómez no deja de estampar en su propio diario cuanto le sorprende que aquel hombre débil de salud y físicamente ande por aquella montañas orientales en agotadoras jornadas sin expresar cansancio o dolores. No hay dudas de que fue feliz durante esas semanas en la patria porque sintió que su obra estaba dando resultados, a pesar de los peligros que veía y de la necesidad de encausar esa obra ya iniciada la contienda armada. Martí era entonces un hombre al que yo creo que eso le levantaba no solo espiritualmente y moralmente sino también en el plano físico. Eso es lo que le da sentido a su vida en esas pocas semanas que está en Cuba. y de constituir un gobierno, que lo lleva al Camagüey, que era para donde él se dirigía con Gómez a formar un gobierno donde estén representados todos los patriotas, o sea, las principales fuerzas patrióticas que están sobre las armas y se cree una nueva República en Armas y que no sean los conflictos que hubo en la Guerra de los Diez Años que dieron al traste con ella.
Yo creo que Hodelín ha demostrado que no es solo un médico, sino que también es un poco sicólogo. Ha entendido muy bien la personalidad de Martí, la fuerza de esa personalidad que logra una y otra vez vencer los obstáculos que le presenta su cuerpo. ¿Cómo fue posible que Martí escribiera e improvisara discursos y textos formidables, bien escritos y bien hilvanados, esperanzadores después de haber sido envenenado, en el medio de aquellos dolores, ante las emigraciones.
Me he extendido en estos aspectos de la intimidad espiritual martiana porque estimo que Hodelín justamente ha entendido la personalidad de Martí. Sabemos que las enfermedades también pasan por la personalidad de la gente, sin dudas no todos asumimos una enfermedad de la misma manera, y entonces él ha sabido entender esa personalidad de Martí que es algo que parece muy fácil, pero no lo es. Parece muy fácil porque nos ayudan las cartas, nos ayudan esos momentos en que Martí suelta su interioridad en sus cuadernos de apuntes y sus fragmentos donde anota cosas de las que siente, de las que está pensando, pero de las cuales a menudo no hace públicas, no las escribe ni siquiera para sus amistades.
Y es que Hodelín se ha convertido en un estudioso profundo de Martí. Yo diría que él se mueve por las obras completas de Martí, con la facilidad y el conocimiento de cualquiera de mis compañeros de trabajo en el Centro de Estudios Martianos. A veces le digo, “Hodelín, a ti te tenemos que hacer trabajador del Centro de Estudios Martianos de alguna forma porque realmente tú estás haciendo un análisis de un hombre enfermo, pero tomando en cuenta su personalidad”.
Ese, para mí, es uno de los grandes méritos del libro, junto con el trabajo con las fuentes, junto con el tratar de entender al hombre y su manera de afrontar aquello, y quiero decirles por ejemplo que la bibliografía tiene muchas páginas, y al revisar los títulos, se comprende que su estudio a fondo del hombre lo ha llevado justamente a eso, a tratar de entender lo más completamente posible a Martí.
Por último hay que decir que este médico escribe muy bien; este médico es un escritor. Eso es algo muy importante, eso facilita la comunicación, eso hace el libro agradable. Este no es un libro aburrido, no es un libro solo para médicos. Ojalá muchos médicos lo leyeran porque les está demostrando que hoy se puede ser un médico no sólo a distancia física, sino también a distancia hacia el pasado. Su capacidad de hurgar de acuerdo a los conocimientos de hoy y que sabe de los de la medicina de entonces; el cómo dilucidar el caso de una enfermedad; el cómo hacer una consulta son valores realmente de un libro que por consiguiente no es solo interesante para los médicos, sino también, repito, para cualquier estudioso de Martí, y no solo los estudiosos, sino también cualquier persona porque se lee con amenidad, como un relato.
El autor a veces recurre al relato de lo que está sucediendo. No nos aburre, no es el informe del médico, maneja toda la documentación que hay de los propios médicos en torno al asunto; revisa los pocos informes médicos conocidos como el del oculista; pero también revisa al ser humano. Eso ha sido decisivo para él: leer a Martí, ver cómo Martí se describe a sí mismo y a sus enfermedades y entender esa sicología. Recordemos que los buenos médicos siempre dicen que no hay enfermedades sino enfermos, que cada enfermo es un caso diferente aunque tengan los mismos padecimientos dos personas, y yo creo que él ha aplicado esto aquí. Este libro justamente lo que hace es presentarnos una imagen muy enriquecida de Martí, y en ese sentido para mí es una obra muy valiosa, por lo que recomiendo su lectura a las personas que se sientan un poquito entusiasmadas por esta descarga martiana mía. Muchas gracias.