Presentación del libro Emilio Bacardí Moreau de apasionado humanismo cubano, de Olga Portuondo Zúñiga.

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Mencionar el nombre de Emilio Bacardí Moreau, nos lleva, en la actualidad, a la mayor parte de los santiagueros, y quizás a los cubanos, al ron Bacardí, o al Museo que en Santiago de Cuba lleva su nombre, que fue pensado e inaugurado por él y que este año llega a su 120 aniversario de existencia. Otros, conocemos su fecunda labor independentista o su trayectoria política, donde llegó a ocupar el sillón de la alcaldía al comenzar el primer gobierno, en la Cuba liberada de la metrópoli española. Igualmente, es dable conocer su vertiente como escritor. En ella, destacan sus novelas Doña Guiomar, Vía Crucis y Filigrana. En el 2008, la Dra. Olga Portuondo, dio a conocer varias de las obras de teatro rubricadas por don Emilio.

Nuestra ciudad, ya pasa sus cinco siglos de existencia – bajo este nombre de Santiago – al celebrarse su quinto centenario, aunque se efectuaron múltiples acciones en función de su conmemoración, no se le dio la debida atención a esta figura ceñera de la historia santiaguera y cubana. De modo que la historiadora de la ciudad, Olga Portuondo, nuevamente se puso tras la pista de la vida y obra de este gran prohombre. Con su acostumbrada acuciosidad, indagó, escudriñó en archivos locales, nacionales y extranjeros y logró organizar el enjundioso texto que hoy presentamos. Este no se ciñe estrictamente a realizar la biografía del personaje, sino que recoge una importante documentación: cartas con personalidades cubanas y extranjeras, también con su amada familia, así como lo que la autora denomina como “Narraciones inéditas o menos conocidas”.

Este acápite, ubicado en el tomo I de la obra, permite aquilatar la vasta cultura de Emilio, y su despliegue en diversas facetas. Como narrador, ha sido clasificado por los especialistas, dentro de la corriente romántico – realista, muy propia de la época en que vivió; se advierte su capacidad como creador de atmósferas y personajes. Estas “Narraciones…..”, pueden agruparse a partir de intereses o intenciones de nuestro autor, en: textos que escribió durante sus destierros (1878, 1896 y 1897); trabajos que enaltecen figuras de las letras, la historia o extranjeros residentes en Cuba; así como memorias de sus viajes en los primeros años de la república. Al leer los textos, podemos percatarnos que no todos fueron redactados con el propósito expreso de ser publicados; “Cosas viejas”, “De Cuba a Chafarinas” y “Papeles en el destierro 1897 – 1898”, constituyen recuerdos de sus deportaciones a España a consecuencia de sus ideales independentistas. Junto a Bacardí fueron confinados, Pedro Celestino Salcedo, Enrique Trujillo, Urbano Sánchez Hechavarría, Federico Pérez Carbó, entre otros. Los trabajos sobrecogen por la capacidad de darnos esa atmósfera de encierro, las condiciones inhumanas y el trato despótico a que fueron sometidos, el agobio y las penurias acaecidas en los traslados en barco a la península y en las estancias en la cárcel; no deja de asombrar que, dentro de esos momentos de infortunio, asoma la picardía y el gracejo criollo; de igual modo, la amistad que surge entre personas sencillas del pueblo español, los amores. De la primera, “Cosas viejas”, resalta la descripción de la ciudad Cádiz, cómo se apropia de sus espacios: las plazas, el mercado, los personajes pintorescos, y de las familias que los acogen.

Es indudable que Bacardí tuvo un pensamiento de avanzada en función de la preservación de la memoria histórica; solo este museo es ejemplo ceñero de la anterior aseveración. En “De Cuba a Chafarinas”, queda explicitado esa intención de perpetuar, de señalizar, de rememorar, cuando –previa deportación a España – estuvo confinado en la cárcel de La Habana y vio el sitio donde guardaron prisión los estudiantes de Medicina fusilados en 1871; expresa con emoción “Mis pies hollaron las losas que ellos santificaron con haberlas pisado; y mi espíritu respiró una atmósfera que me parecía aún impregnada de aquellos niños héroes que vivirán eternamente”. Más adelante agrega una intención muy loable de que “se le vea convertido en un santuario, donde las lápidas, los bustos y las coronas recordarán aquel cruento sacrificio…” Entre los trabajos que enaltecen a figuras cubanas, está “El desterrado”, El manuscrito inédito conservado en el Archivo del Museo Emilio Bacardí, es un texto de gran introspección, que permite aquilatar los sentimientos de admiración y respeto que le guardaba a José María Heredia, de quien expresó: “Pobre Apóstol de nuestras libertades jamás le alcanzará una era de bienandanza, jamás brilló para él la estrella de las felicidades de la tierra. Amó a su patria y apenas si su patria lo tuvo en su seno, amó la libertad y en premio de su afecto cayó sobre su frente en anatema de la tiranía!. Otra figura a la que dedica atención es a María de las Mercedes Santa Cruz, condesa de Merlin, en el ensayo “La condesa de Merlin. Una cubana eminente”, cuya lectura el 3 de marzo de 1920, le dio la entrada como miembro Correspondiente a la Academia Nacional de Artes y Letras.

Juzgaba que esta cubana, nacida en La Habana en el siglo XIX, debía tener mayores reconocimientos en su patria, por sus aportes intelectuales, sus publicaciones, la calificó como “la más excelsa de las cubanas”, juicio que no demeritamos, pero que hay que desaprobar, ante una Gertrudis Gómez de Avellaneda y otras, que ahora escapan a mi memoria. Una pequeña glosa hace a José Martí en “Loco, profeta y santo”, publicado originalmente en la revista Orto de Manzanillo.

Otros dos trabajos se dedican a importantes personajes, pero, a mi juicio, aunque detalla en las biografías y acciones de cada uno de ellos, resultan un pretexto para describir la sociedad santiaguera de cada período descrito. En “El doctor Francisco Antomarchi: sus días en Cuba”, publicado en Cuba Contemporánea, en marzo de 1914, se adentra en las particularidades de la vida santiaguera en los albores del siglo XIX y cómo el componente francés que arribó a sus costas contribuyó a la transformación de la sociedad en diversos órdenes. Significa en tanto la labor desarrollada por Antomarchi, quien fuera el último médico de Napoleón, esclarece aspectos de su vida, su traslado de Francia a Nueva Orleans en Estados Unidos, de ahí a La Habana y luego su paso por otras ciudades de la isla hasta llegar a Santiago de Cuba, ciudad en la que solo residió un año, pero donde logró hacer una numerosa clientela.

A través de este trabajo, logramos desentrañar el porqué los restos del Dr. Antomarchi descansan en la bóveda familiar de los marqueses de las Delicias de Tempú, cuestión que no develaré, para que puedan conocerla al leer las páginas del libro. Mientras, en “Florencio Villanova y Pío Rosado 1854 – 1880. Notas históricas rápidas”, hace un paneo por una de las etapas de mayor florecimiento del Santiago decimonónico: la que media entre 1855 hasta 1867, que estuvo bajo el influjo de las obras realizadas por el Gobernador del Departamento Oriental Carlos de Vargas Machuca. Su oficio de historiador se trasluce en estas páginas, y va detallando en aspectos como el desarrollo de la educación con la apertura de varios colegios de gran renombre en la ciudad de Santiago de Cuba; el progreso del arte pictórico y la literatura, la apertura de periódicos; sobre todo, detalla el ambiente político que se vivía en la capital del Departamento Oriental y toma partido por la causa independentista. Testimonia el hecho de un simulacro de ataque que preparara Vargas Machuca, muy parecido al que en 1898 efectuaron las tropas norteamericanas y cubanas por la zona de Siboney, y que, aunque no pasó de eso: ser un simulacro, fue a decir de Bacardí “una original adivinación de un provenir desconocido, precursor, entonces, de la realidad consumada en 1898”. Centra la atención en las dos figuras que dieron su vida en la guerra de independencia: Pio Rosado Lorié y Florencio Villanova, de los cuales, hace una prolija descripción física y moral. Una pieza maestra es, sin dudas, su relato de viajes “Hacia Tierras Viejas”. Escrito en 1912 durante el largo periplo que realizara junto a su esposa Elvira Cape. Resulta un relato pletórico de impresiones, sensaciones. Con su autor, recorremos Nueva York en Estados Unidos donde admira la modernidad, los automóviles, la luz eléctrica, el carácter de un pueblo, su disciplina, el ser emprendedor; la vieja Europa en ciudades francesas como El Havre, París y Marsella; luego llegar a Egipto y vivir los vericuetos de Alejandría, El Cairo y Tebas… seguir a Palestina para llegar a tierra Santa.

Esas descripciones, llevan al lector a pulsar la intensidad de la vida en cada uno de los puntos descritos; de igual modo, desandar por las grandes avenidas o las callejuelas; admirar la limpieza y el orden, allí donde existe, el palpitar de las grandes ciudades, el ir y venir de las personas; sentir los olores, los sabores, distinguir las diferencias culturales, vivir ese distanciamiento del “otro” frente a lo nuevo a lo desconocido, lo que puede parecerle superior o inferior en función de sus posiciones políticas, ideológicas. Hay en Bacardí una lucha interior entre el deseo de modernidad en algunos aspectos de la vida y su apego a las formas más tradicionales en otra. Al visitar París, se deslumbra con sus bellezas y dice “Hablar de todo lo que encierra París no es posible”. Hay puntos en los que se detiene, visita el Louvre, el cementerio Père Lachaise, la iglesia de Notre Dame, la Torre Eiffel, de ella dice que es una “plegaria del genio moderno, valiente alarde del progreso y la civilización”. Mientras, al visitar el Jardín de Luxemburgo arremete contra los bohemios que apunta son una “Aberración del sentido común que se malea y se descompone pensando que el andar sucio, el beber alcoholes, el vivir entre gentes de poco valer, marcan un carácter y que es un exceso de talento lo que los mantiene en ese estado”; también contra el arte de las vanguardias, los ismos; a los artistas adscriptos a esas tendencias los consideraba como “mamarrachos del arte, pintores embadurnadores de telas que se exhiben como obras del modernismo, nueva escuela, y que pintarrajean simplezas, disparates, obras buenas para gentes sin sentido artístico y que, por moda creada por cerebros de desequilibrio artístico, quieren darse importancia y singularizarse comprando esas incongruencias, que desaparecerán en su día”. Criterio bastante absoluto, y que el tiempo y las obras artísticas se han encargado de desmentir. Otro aspecto que aflora en “Hacia Tierras Viejas”, es la postura de Bacardí frente a la religión y la influencia que recibe de las nuevas corrientes filosóficas del siglo XX, como el pragmatismo y la teosofía. En varios puntos realiza una crítica mordaz a las religiones a la que diferencia de la religión, en tanto la religión es la idea santa, la otra es el culto, el ritual reglamentario, las formas exteriores, palpables. Resulta un punto en el que Bacardí enfatiza a lo largo de la narración y lo anota tanto cuando visita iglesias católicas, como cuando visita mezquitas, u otro tipo de edificio que sirva para la adoración a un Dios; su pensamiento está en volver a la esencia, del Cristo que nació entre los pobres y vivió y murió entre ellos. Nos ha tocado una tarea agradable y ardua a la vez, sintetizar en estas páginas estos trabajos que nos han cautivado y que nos harán volver una y otra vez a ellos, para poder explicar y explicarnos la historia de Santiago de Cuba y sus esquinas menos conocidas. También nos devuelven el valor de la obra literaria de Emilio Bacardí, que no puede ser soslayada de la literatura nacional. Damos las gracias a la Dra. Olga Portuondo por poner en nuestras manos y las de otros tantos lectores(as) esta nueva entrega, que no es ni por casualidad la última.

 

Dra. Aida Liliana Morales Tejeda Santiago de Cuba, 24 de marzo de 2019.

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